Desayuno, de Cortázar


“Desayuno”, de Julio Cortázar, en Último round

Lo primero que hago al despertarme es correr al cuarto de mamá y darle los buenos días mientras la beso tiernamente en ambas mejillas.

—Buenos días, hermanito ―le digo.

—Buenos días, doctor ―me contesta mientras se peina.

Quizá convenga señalar desde ahora que tengo siete años y medio y que estudio solfeo cantado con mi tía Berta.

—Buenos días, sobrina ―digo al entrar en la pieza donde papá empolla sus reumatismos.

—Buenos días, mi querida ―dice papá.

Agrego, con fines de información, que soy un varoncito pelirrojo y sumamente desenvuelto. Después de sus abluciones, la familia se reúne en torno al pan con manteca y al Figaro, y siempre soy el primero en dar los buenos días a mi hermano mayor que prepara ya su buena tajada de pan con dulce.

—Buenos días, mamá ―le digo.

—Buenos días, Medor ―me dice.

—¡Cucha! ―agrega con energía.

En esa manera la familia se va reuniendo para saborear el café con leche preparado por mi abuelito con su esmero habitual. Precisamente por eso no me olvido jamás de mostrarle mi agradecimiento en estas circunstancias.

—Muchas gracias, Olivia ―le digo.

—Oh, de nada, hermana ―contesta mi abuelito.

Estas tiernas efusiones son siempre malogradas por la intempestiva llegada del cartero con el telegrama del tío Gustavo, cultivador en Tananarive, y a mi hermano mayor le toca encargarse de la penosa lectura.

CAÑA AZÚCAR ARRUINADA TIFÓN MÓNICA STOP ¿QUÉ VA A SER DE MÍ? STOP MIERDA STOP

El telegrama no está firmado, los de la familia nos conocemos bien.

—Era de imaginarse –dice mamá, que se ha puesto a lloriquear.

—Con ese pésimo carácter que tiene ―observa el doctor.

—Chicos, cállense la boca –dice mi hermano mayor.

—Somos chicos, pero lo mismo el tío Gustavo es un pajarón ―dice mi hermana.

—¡Medor, cucha! ―ordena mamá.

—¿Puedo dar mi opinión? –dice Olivia.

—Pero por supuesto, abuelito –dice mi hermana.

—¿Te vas a callar sí o no? ―grita mi hermano mayor.

—¿Es así como se le habla a su madre? ―dice mi sobrina.

—Perdón, mamá ―dice mamá.

—Hipócrita –digo yo.

—Por favor, doctor –dice mi hermano.

—Mi opinión ―dice Olivia— es que el café se va a enfriar por culpa del telegrama.

—Tiene razón –dice Medor.

—Gracias, abuelito ―dice mi sobrina.

—De nada, Víctor ―dice Olivia.

Intertextualidades de Castillo, Borges y Cortázar


Ese diálogo y tráfico de influencias que llamamos intertextualidad (de la que ya hemos hablado aquí, allá, más allá y en otras entradas) está presente en un cuento del genial Abelardo Castillo: «Historia para un tal Gaido».

CastilloEste cuento recrea la temática borgeana del malevo, el coraje y la venganza, tal como aparecen en «Hombre de la esquina rosada» y  «El fin» de Borges. Pero la estructura del cuento y ese deslizamiento desde lo verosímil hacia lo fantástico lleva la impronta de Cortázar: el final de «Historia para un tal Gaido» nos remite a «Continuidad de los parques».

El estudio escrito por Aníbal Jarkowski para El candelabro de plata y otros cuentos, de Abelardo Castillo, editado por Alfaguara, nos dice:

«Historia para un tal Gaido» es una irónica reescritura de aquellos cuentos que Borges dedicó a la veneración de un mítico coraje que guapos, malevos y compadres ejercieron en las, también míticas, orillas de Buenos Aires. […] Como resulta más o menos evidente, pero también inesperado, el final del relato se aparta de la solución borgeana […] y opta, en cambio, por el deslizamiento de la ficción sobre la realidad que Cortázar practicó en cuentos notables como «Continuidad de los parques» o «Instrucciones para John Howell».

Recuros digitales:

«Julio Cortázar», por A. Castillo, en Ser escritor, Buenos Aires, Ed. Perfil, 1997. Leer en este enlace.

Leer el cuento «Continuidad de los parques» de Julio Cortázar en esta entrada.

Leer «Historia para un tal Gaido» en este enlac.
Pueden leer el cuento «El candelabro de plata» de Castillo en este enlace.

En este enlace, pueden descargar gratis la Guía de lectura de El candelabro de plata y otros cuentos, de Abelardo castillo, editado por Alfaguara.

«La intensidad», por Guillermo Saccomanno. Reseña publicada en Radar, Página/12, 2006.

«Vale decir», entrevista a Abelardo Castillo, Radar, Página/12, 2011.

Entrevita a Abelardo Castillo, en Clarín, 30 de noviembre de 2014

Entrevista a Abelardo Castillo, en La Nación, 30 de mayo de 2014

«Una amistad de literatura fantástica«, por Diego Erlan, en Revista Ñ, Clarín, 10 de febrero de 2014. [sobre la amistad entre Castillo y Cortázar]

Julio Cortázar 1914-2014, Cien años, mil motivos para leerlo. Alfaguara. Descargar aquí.

Cortázar sobre el amor


Julio Cortazar

A cien años de su nacimiento, el boom cortazariano se dejó ver en los medios, las redes sociales, las actividades culturales. Julio Cortázar vive en cada una de sus obras, en cada uno de sus lectores; como diría Foucault: la escritura redime de la muerte. Les dejo algunas frases sobre el amor que aparecen en Rayuela:

 

« Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa, hay horas en que me atormenta que me ames (cómo te gusta usar el verbo amar, con qué cursilería lo vas dejando caer sobre los platos y las sábanas y los autobuses), me atormenta tu amor que no me sirve de puente porque un puente no se sostiene de un solo lado».

«No estábamos enamorados, hacíamos el amor con un virtuosismo desapegado y crítico, pero después caíamos en silencios terribles y la espuma de los vasos de cerveza se iba poniendo como estopa, se entibiaba y contraía mientras nos mirábamos y sentíamos que eso era el tiempo».

«Demasiado tarde, siempre, porque aunque hiciéramos tantas veces el amor la felicidad tenía que ser otra cosa, algo quizá más triste que esta paz y este placer, un aire como de unicornio o isla, una caída interminable en la inmovilidad».

«Así andaban, Punch and Judy, atrayéndose y rechazándose como hace falta si no se quiere que el amor termine en cromo o en romanza sin palabras. Pero el amor, esa palabra… »

«Oh mi amor, te extraño, me dolés en la piel, en la garganta, cada vez que respiro es como si el vacío me entrara en el pecho donde ya no estás».

«Amor, ceremonia ontologizante, dadora de ser».

«—Amor, sexualidad. ¿Hablamos de lo mismo?

Sí dijo la Maga—. Si hablamos de amor hablamos de sexualidad. Al revés

ya no tanto.»

«… reinventar el amor como la sola manera de entrar alguna vez en su kibbutz».

«Alguna vez había creído en el amor como enriquecimiento, exaltación de las potencias intercesoras. Un día se dio cuenta de que sus amores eran impuros porque presuponían esa esperanza, mientras que el verdadero amante amaba sin esperar nada fuera del amor, aceptando ciegamente que el día se volviera más azul y la noche más dulce y el tranvía menos incómodo»

«… todo nace de nuevo siendo inmortal, el amor juega a inventarse, huye de sí mismo para volver en su espiral sobrecogedora…».

«Así viven muchos amigos míos, sin hablar de un tío y dos primos, convencidos del amor-que-sienten-por-sus-esposas. De la palabra a los actos, che; en general sin verba no hay res. Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al verse. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto».

 

Apocalipsis en Solentiname por Julio Cortázar


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abril de 1976

Los ticos son siempre así, más bien calladitos pero llenos de sorpresas, uno baja en San José de Costa Rica y ahí están esperándote Carmen Naranjo y Samuel Rovinski y Sergio Ramírez (que es de Nicaragua y no tico pero qué diferencia en el fondo si es lo mismo, qué diferencia en que yo sea argentino aunque por gentileza debería decir tino, y los otros nicas o ticos). Hacía uno de esos calores y para peor todo empezaba enseguida, conferencia de prensa con lo de siempre, ¿por qué no vivís en tu patria, qué pasó que Blow-Up era tan distinto de tu cuento, te parece que el escritor tiene que estar comprometido? A esta altura de las cosas ya sé que la última entrevista me la harán en las puertas del infierno y seguro que serán las mismas preguntas, y si por caso es chez San Pedro la cosa no va a cambiar, ¿a usted no le parece que allá abajo escribía demasiado hermético para el pueblo?.

Después el hotel Europa y esa ducha que corona los viajes con un largo monólogo de jabón y de silencio. Solamente que a las siete cuando ya era hora de caminar por San José y ver si era sencillo y parejito como me habían dicho, una mano se me prendió del saco y detrás estaba Ernesto Cardenal y qué abrazo, poeta, qué bueno que estuvieras ahí después del encuentro en Roma, de tantos encuentros sobre el papel a lo largo de años. Siempre me sorprende, siempre me conmueve que alguien como Ernesto venga a verme y a buscarme, vos dirás que hiervo de falsa modestia pero decilo nomás viejo, el chacal aúlla pero el ómnibus pasa, siempre seré un aficionado, alguien que desde abajo quiere tanto a algunos que un día resulta que también lo quieren, son cosas que me superan, mejor pasamos a la otra línea.

La otra línea era que Ernesto sabía que yo llegaba a Costa Rica y dale, de su isla se había venido en avión porque el pajarito que le lleva las noticias lo tenía informado de que los ticas me planeaban un viaje a Solentiname y a él le parecía irresistible la idea de venir a buscarme, con lo cual dos días después Sergio y Óscar y Ernesto y yo colmábamos la demasiado colmable capacidad de una avioneta Piper Aztec, cuyo nombre será siempre un enigma para mí pero que volaba entre hipos y borborigmos ominosos mientras el rubio piloto sintonizaba unos calipsos contrarrestantes y parecía por completo indiferente a mi noción de que el azteca nos llevaba derecho a la pirámide del sacrificio. No fue así, como puede verse, bajamos en Los Chiles y de ahí un yip igualmente tambaleante nos puso en la finca del poeta José Coronel Urteche, a quién más gente haría bien en leer y en cuya casa descansamos hablando de tantos otros amigos poetas, de Roque Dalton y de Gertrude Stein y de Carlos Martínez Rivas hasta que llegó Luis Coronel y nos fuimos para Nicaragua en su yip y en su panga de sobresaltadas velocidades. Pero antes hubo fotos de recuerdo con una cámara de esas que dejan salir ahí nomás un papelito celeste que poco a poco y maravillosamente y polaroid se va llenando de imágenes paulatinas, primero ectoplasmas inquietantes y poco a poco una nariz, un pelo crespo, la sonrisa de Ernesto con su vincha nazarena, doña María y don José recortándose contra la veranda. A todos les parecía muy normal eso porque desde luego estaban habituados a servirse de esa cámara pero yo no, a mí ver salir de la nada, del cuadradito celeste de la nada esas caras y esas sonrisas de despedida me llenaba de asombro y se los dije, me acuerdo de haberle preguntado a Óscar qué pasaría si alguna vez después de una foto de familia el papelito celeste de la nada empezara a llenarse con Napoleón a caballo, y la carcajada de don José Coronel que todo lo escuchaba como siempre, el yip, vámonos ya para el lago.

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