No des consejos, viejo


NO DES CONSEJOS, VIEJO …

He pasado diez veces, a diez horas distintas, por un bodegón disfrazado de restaurante «estilo Munich», y siempre frente a una botella de cerveza renovada vi a un viejo curdela de esos que saben caminar como los marinos en tierra, guardando un equilibrio que hace el aspaviento de serenidad, camouflage de los desgraciados que guardan la línea y que adentro están más reventados que caballos. Y mirándolo, me dije:

-Te conozco viejo curdela. Pertenecés al grupo de los que le dan la lata filosófica al mozo bestia; sos de la compañía de los que se acodan en el mostrador y trata de demostrarle al «trompa» la inutilidad de acumular vento, observaciones que el patrón escucha sonriendo mientras que vos palmás el importe de su garrafa de lúpulo, y el mozo bestia te trata, in mente, de «loco lindo».

Te conozco viejo curdela.

Como todos los desdichados tenés una historia maravillosa. Como todos los infelices podés batir una Ilíada de infortunios y una Odisea de penas. Has corrido mundo, te has mamado en todos los bodegones, conocés el parlamento cosmopolita con el que se pide «un troli» en todas las bodegas del mundo, en todos los fondacos del universo, en todas las cantinas del planeta. Y a falta de compañero, le contás tu vida al mozo, que te sobra despreciadamente, y tu filosofía al «trompa», que de no necesitar de tus monedas te sacaría a patadas del bodegón.

Te conozco viejo curdela.

Quizá tenés una renta exigua, quizá te mantenés dibujando planos, dando clases de inglés a futuros dependientes de escritorio, en fin, pertenecés a la innúmera casta de los que tienen mil y un oficios para ganar estrictamente el importe del chopo el medio troli.

Y te das a la cerveza. Te das con la sabia lentitud que conocen los mamúas; lentitud que empieza en mirar cómo espumea en el vaso; lentitud en tomarlo para llevarlo a los labios, lentitud en escabiar, lentitud en vivir… en morir quiero decir…

Porque te morís día a día, con conocimiento de causa. Está de más que te muestren los gráficos con que se intenta atemorizar a los curdelas en los despachos de las comisarías: el hígado hecho un estropajo y el estómago un depósito de carbón. A vos se te importa un pepino la estadística, el gráfico y el hospital. Sabés perfectamente que reventarás un día y de ello te consolás mandándote a bodega más muerte mareadora.

Sin embargo te estimo, viejo curdela. Te estimo porqué tenés los ojos llenos de agua como esas perras que encontramos en los alrededores de los mercados los días de lluvia; te estimo porque un día tuviste el corazón grande como una casa y sobre ese corazón la imprudencia, la negligencia, la estupidez o la imprevisión, hicieron llover desastres sin cuento y penas sin nombre. Por eso te quiero y te miro largamente cuando paso frente al bodegón que con el camouflage del «estilo Munich» llama a todos los solitarios del mundo a beber el olvido y la muerte.

Yo sé el placer que encontrarás en el copetín que revienta en el estómago la dulzura de una fiebre de hospital, el vahído que de pronto en el cerebro dilata una superangustia consoladora; sé perfectamente que a la segunda botella se te importa una nada tu juventud estropeada y tu porvenir peor.

Te sumergís en el pasado y te reís del futuro. Eso es todo. Y le decís al mozo, que no manya de filosofías, y que te escucha porque le darás propina:

-La vida hay que gozarla. La vida es olvido. Pronto viene la muerte y viene lo mejor.

¿A quién le batís esas verdades? ¿A quién? ¡Dios mío! Te escucha el hombre, y el otro que en su perra vida supo de goces sino de laburos forzados y miserias broncosas, te sobra de abanico y maldice el oficio.

¿A quién le decís que la vida es olvido? ¿A él? ¿A ese crosta que no puede olvidarse ni cinco minutos al día que todos los yornos de su existencia tendrá que yugarla como un asno para parar la olla y vestir La progenie que nada en cuatro patas por el conventillo? Y le hablás de la muerte, a él, que cuando piensa en la muerte no puede menos de acordarse del boticario, del médico, del enterrador y de toda la recua de parásitos que le estrujan la bolsa a los que quedan. ¡Qué mala táctica tenés mi viejo curdela!

No le hablés de la muerte ni del olvido al «servo». Engrupilo. Decile que puede tener mañana un bodegón; que tenga esperanzas. Que instale una lechería. Aconsejale que envenene al prójimo y venda betún por crema de leche. Vas a ver qué contento se pone. Pero no se te dé por trabajarlo de filósofo. ¿Qué manya ese crosta de filosofía? Lo que quiere es tener un presupuesto para herrar a la progenie y mantener a la dona. Eso es todo, y nada más, viejo curdela. La vida es así. ¿Qué le «vachaché»? La gente no quiere saber ni medio de meditaciones. Alfalfa y vento, nada más. Interés. Papel moneda. El resto se va al diablo.

¿Que vos también fracasaste en la vida y que querés aconsejarle al mozo? Dejate de macanas. Esta vida es tan sucia y estúpida que nadie quiere consejos. Dejá al trompa que amarroque y al servo que le desee una mala puñalada al patrón. Dejalos y tomá tranquilo tu séptima botella. El mundo marcha así, y no vas a ser vos quien lo reforme. Cuando estés harto de cerveza y el alma se te haya caído definitivamente a los pies, comprá una soga, engrasala para que resbale el nudo y del tirante más alto de tu bulín mistongo, colgate en un amanecer. Es el mejor camino que podés tomar, viejo curdela, alma cosmopolita y solitaria, profesor de inglés atorrante, y de dibujo imposible. Pensando en eso es porque te quiero. Pensando en eso es porque de vos escribo. Me parecés un hermano, y a veces… A veces maldito seas: me parecés mi retrato futuro.

Roberto Arlt, Aguafuertes porteñas

Roberto Godofredo Cristophersen Arlt (1900-1942) nació en Buenos Aires el 26 de abril de 1900, hijo de inmigrantes: Karl Arlt, prusiano de Posen (hoy Poznan, en Polonia), y de Ekatherine Iobstraibitzer, natural de Trieste y de lengua italiana. Aunque nunca terminó la escuela primaria, a los 16 años empezó a trabajar de periodista escribiendo crónicas policiales y a esa edad publicó su primer cuento. Desde 1928 hasta el año de su muerte fue redactor del periódico El Mundo, donde publicó sus Aguafuertes. Sus textos conjugan rasgos de la literatura, del periodismo y de la narración histórica, muchos de ellos escapan a una clasificación clara y definitiva dentro de la ficción literaria o dentro de la crónica periodística.

Nota al margen: cuando escriban algo para publicar en Internet, háganlo primero en Word y guarden una copia. Lamento que dos horas de trabajo, en las que explicaba el contexto histórico y los textos de Arlt se hayan evaporado por un error en WordPress.